Los antiguos egipcios creían en numerosos dioses y cada aspecto de su vida en este mundo y en el Más Allá era controlado por seres sobrenaturales que debían ser satisfechos constantemente. Las divinidades representaban la personificación del orden mientras que los demonios representaban las fuerzas del caos. Los templos eran diseñados como lugares de poder para mantener la frágil armonía de la vida. Sólo el faraón o su representante, el sumo sacerdote, podía entrar en las áreas más sagradas por miedo a alterar el equilibrio perfecto del universo. Los vivos podían satisfacer a los dioses y a los demonios con rezos y ofrendas, y con la ayuda de los sacerdotes podían enviar y recibir mensajes del mundo subterráneo.
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